La
instalación se erige como una nueva visión artística en la que el propio autor opta
por espacios donde broten aspectos perceptivos y vivenciales, a la
experimentación artística libre del espectador. Esto lleva al artista a
manifestarse en espacios alternativos, públicos. F. Popper, (1989: 10) destacó
la importancia de la participación del espectador y el entorno, y las
relaciones que se establecen entre ellos. Así, el público asume un rol
protagonista dentro de la obra artística.
Ya
tratamos cómo el espacio es concebido como “metáfora” (Abad y Ruiz de
Velasco, 2001), y es sin duda a través de las instalaciones cómo el artista
muestra su realidad, emociones y sentimientos a través de esta figura retórica
y la interpretación del público.
Y
es que el niño, al igual que el artista, se identifica con el espacio como
escenario para elaborar con él experiencias estéticas, en las que habrá de
seleccionar objetos y acciones. Como resultado de esta conexión niño-objetos se
da una verdadera actividad creativa; en la que confluyen las ideas del
espectador, la emoción, etc. (Abad, 2008).
Este
abanico de posibilidades hace de la instalación un recurso idóneo para trabajar
en contextos escolares, donde los niños pasan a ser espectadores activos,
deseosos de completar la obra. A través de la instalación pondremos en juego un
sinfín de experiencias perceptivas, sensoriales, cognitivas y visuales.
Ya
adelantamos cómo la concepción de espectador en la instalación se caracteriza
por su actividad y creatividad, así como por ser capaces de explorar, indagar o
dialogar Esto es precisamente lo que se busca desarrollar en nuestro alumnado:
fomentar el pensamiento crítico a la vez que creativo, así como favorecer la
acción a través de instalaciones artísticas.
Kabakov
apuntó cómo es responsabilidad del artista la búsqueda de la sorpresa en el
observador, con el fin de evitar la falta o pérdida de atención de éste. Por
ello, como profesores debemos de motivar siempre el autodescubrimiento y el
desarrollo del alumnado, en un clima de interacción en el que la escuela pueda
convertirse en un instrumento de cambio social.
Consideramos
que la instalación promueve la búsqueda y puesta en marcha de experiencias
vinculadas a la realidad contextual de los niños, a las características
populares y circunstancias sociales propias de dicho entorno.
Siguiendo
la línea de las implicaciones educativas, nos centramos ahora en el mundo de la
percepción. Según Díaz-Obregón (2003) ésta implica en la propia actividad
perceptiva procesos de índole sensorial, afectiva y atencional. La suma de todo
ello supone la construcción por parte del niño del conocimiento acerca del
mundo en el que vive, basándose en la experiencia.
Otro
aspecto educativo de la instalación artística es cómo se concibe el proceso
artístico. Éste abandona la tendencia en la que prima el resultado final para
centrarse en el proceso que realiza el niño durante la experimentación en la
obra, y su evolución y desarrollo dentro de ella. (Marín, 2003). Así, el
espacio, la acción y el momento de ésta cobran una vital relevancia. Esto nos
lleva a reflexionar sobre la oportunidad que brinda para acercar a los alumnos
a experiencias artísticas, en las que no sienten la presión de “saber o no
saber hacer” un determinado producto, sino que todos experimenten vivencias en
las que poner en juego sus potencialidades personales creativas, sociales e
intelectuales. La experiencia artística, al igual que el proceso educativo, se
ha de adaptar a cada aspecto individual del alumno, atendiendo a circunstancias
particulares, emocionales, motivaciones, etc.
Se
traslucen de la instalación artística elementos educativos: cognitivos,
emocionales y expresivos, al tiempo que favorece la participación y
comunicación entre el alumnado. El uso de la instalación artística proporciona
múltiples propuestas de aprendizaje, en las que el arte está a merced del
alumnado, otorgándole todos los valores educativos que lo caracterizan:
creatividad, pensamiento crítico, búsqueda de soluciones, respeto y
sensibilidad hacia las creaciones, así como la capacidad para percibir
sensorialmente, lo cual repercute en todas las demás áreas. (Banada y Panadès,
2007).
Cabe
destacar cómo la instalación, al ser una propuesta participativa, posibilita
incorporar el aspecto lúdico tan motivador para el aprendizaje en estas edades.
Como hemos visto, el juego es una de las herramientas por excelencia que ayuda
en el proceso intelectual del niño. Así, la instalación aúna la creación
lúdica, conceptual y técnica, siendo la lúdica la más destacable.
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